Primera Nacional - TALLERES DE CORDOBA

"El Flaco Hernández"

De la mano del escritor Eduardo J Quintana, Mundo Ascenso hace un homenaje mediante este cuento a to

Entre cartones y chapas, con el intenso frío invernal, bajo el alto techo que forma la autopista, con el ruido de los colectivos que circulan por la avenida, allí lo encontré; desalineado, desarropado, sucio, con una larga cabellera canosa y un sombrero tejano. Su piel cuarteada por el frío y marcada por el paso de los años, lo hacía aún más veterano, parecía tener más edad que yo y habíamos nacido el mismo año, en 1958. El Flaco Hernández, no sólo era vecino del Barrio Jardín, allá en nuestra Córdoba natal y compañero de la secundaria, sino que compartía conmigo el amor por Talleres. Vivíamos sobre la calle Pedro Luis Cabrera, a metros de la Boutique, a dos casas de distancia, por lo que nuestras familias eran vecinas y amigas. Juntos nos habíamos salvado de la colimba, de la misma manera que habíamos empezado a trabajar cuando egresamos del colegio y conseguido sendas novias. Éramos muy amigos.
Le había perdido el rastro en un momento de mi vida, creo que allá por 1978, en realidad la acción era en plural, porque el rastro lo habíamos perdido ambas familias y durante muchos días, la policía lo buscó denodadamente, hasta dar con su paradero en la Ciudad de Rosario. Su propio entorno intentó comunicarse y no lo logró. Iba cambiando de lugar constantemente, hasta que en un momento determinado, llamó por teléfono avisando que se encontraba bien, viviendo en la Provincia de Mendoza. Desde ese momento, nadie más supo de su vida. La verdad que me dolió porque éramos muy amigos, compañeros de andanzas y de cancha.
En la década del setenta viajamos mucho, en aquellos gloriosos Nacionales, siguiendo los grandes equipos de la T, comandados primero por Labruna, después por Pedernera y al final de la década por Roberto Marcos Saporiti, con muchos de los cracks que hicieron aún más grande a Talleres, comenzando por “El Daniel” (el Daniel, era Willington) hasta el inolvidable equipo del Nacional 77 de Guibaudo, Astudillo, Galván, Binello y Ocaño; la Pepona Reinaldi, Ludueña y Valencia; Bocanelli, Bravo y Cherini. Épocas que con menos de veinte años, pensábamos sólo en fútbol, en la T, en las banderas y en el aguante. Con el Flaco Hernández vivimos una vida futbolera, por eso cuando el otro día pasé con el auto y lo vi entre los cartones, bajo la autopista, paré, bajé y lo encaré.
- ¿Flaco, sos vos?
Me miró a los ojos, se lo notaba contrariado, desvió la vista y sin contestar se metió en la casucha de cartón que había armado contra una pared.
- Flaco, Paulino –ese era su verdadero nombre- soy yo, el Félix…
No emitía palabra, como si no entendiese el idioma, cerró con un cartón la puerta y terminó la posible charla. Me fui dolido, éramos como hermanos, no iba a tener oportunidad de ayudarlo. A la mañana volvía para Córdoba y no regresaría hasta el mes siguiente, con un poco de suerte y si las ventas seguían bien. Pasé una noche de sueños y pesadillas, de anécdotas y recuerdos. Estaba seguro que era el Flaco, pero necesitaba confirmarlo.
Al amanecer, preparé la valija, unas cajas, guardé todo en el auto y partí rumbo a mi provincia; no sin antes darme una vuelta por el lugar donde se encontraba el Flaco Hernández. No estaba sólo, lo acompañaban una asistente social y un par de médicos. Detuve el auto, me preocupó la situación, lo revisaban en una ambulancia. Me presenté con la asistente social y le conté, que creía que era un viejo amigo de la infancia al que no veía desde 1978. La asistente me dijo que hablaba muy poco y que sólo sabían que era cordobés, por su inconfundible acento y que su apellido era Hernández.
Mi preocupación se entremezcló con la alegría de saber que había encontrado a Paulino Hernández, el Flaco Hernández. Le pregunté a la asistente que lo atendía frecuentemente, sobre su estado y me dio un diagnóstico. El Flaco había sufrido un desconcertante episodio hacía muchísimos años atrás, por el cual había perdido la memoria e ingresado en un período de depresión, que casi lo lleva a la muerte. Que había períodos donde recordaba cosas y con ellas fueron armando la historia clínica. La asistente habló de algo que ocurrió en Enero de 1978, que lo marcó para toda la vida y le provoco todos estos inconvenientes, que lo llevaron al estado en el que se encuentra hoy.
El diagnóstico me impactó. La asistente me preguntó si yo sabía que podría haberle ocurrido en aquella fecha y y le contesté que sí, que sabía lo que había acontecido el 25.de Enero de 1978, Ese día Talleres, su Talleres, mi Talleres, había perdido una final increíble contra Independiente, en un partido netamente favorable, que nos empataron cuando ya acariciábamos el título. La asistente, que se llamaba Romina Márquez, anotaba todo en una carpeta, dejó de anotar, se quitó los anteojos y me preguntó:
- ¿Un partido de fútbol?
- Si, un partido de fútbol, pero no fue un partido de fútbol normal, fue una final
La asistente movía la cabeza como no pudiendo entender absolutamente nada. Le expliqué que para los que amamos una camiseta, una pérdida como la de Enero del 78, era la muerte de una ilusión y eso replicaba indefectiblemente en el corazón, en la razón, en la vida misma. La mina meneaba la cabeza…
- ¿Qué es lo que no entendés nena? ¿Qué movés la cabecita cómo diciendo, este tipo esta loco? ¿Quién te pensás que sos, marmota? ¿Vos sabés lo significa Talleres para nosotros?
Cuando nombré la palabra Talleres, el Flaco me miró, se paró y se bajó de la ambulancia.
- ¡Tallerés…Tallerés….! Así con acento cordobés, le grité con emoción.
Sonrió, le faltaban casi todos los dientes.
- ¡Tallerés…Tallerés…! Gritó con el característico acento cordobés y una alegría descontrolada.
Fui al auto, mientras el Flaco seguía saltando y gritando; abrí la valija, saqué la camiseta albiazul, que siempre llevaba a mis viajes, se la tiré, como se tiran las camisetas y el Flaco entró en un estado de llanto emocional, la besó, se la puso y vino corriendo a abrazarme. La miré a la asistente y le dije:
- ¿Entendés ahora salame, lo que significa Talleres?
Lo subí al auto y me lo llevé para la Docta..
En qué otro lugar podría estar mejor, si su vida era Talleres y Talleres era Córdoba…

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