De la mano del escritor Eduardo J Quintana, Mundo Ascenso hace un homenaje mediante este cuento a to
No era un preso común, el Chato tenía códigos, era inteligente, sensible, estudioso y excelente compañero. Era poco común ver un tipo con esas características en prisión. El Chato había nacido en Coronel Dorrego, su nombre real era Eugenio Vladimir Tolosa, heredando ese segundo nombre de sus ancestros. Era hijo de José Vladimir y Nilda Vismara, una familia muy conocida en un sitio donde realmente todos se conocían. De vida tranquila, buen pasar económico y educación pública. Absolutamente nada hacía prever el futuro tumultuoso que se avecinaba. En un viaje a Sierra de la Ventana, una ciudad cercana a Coronel Dorrego, conoció Silvia, una simpática morocha que enamoró a Eugenio. Comenzó un noviazgo que lo fue llevando a alejarse cada vez más de su pueblo y acercarse a una vida particular, llena de matices extraños y definiciones ligeras. Cuando Nilda, la mamá de Eugenio, conoció a Silvia, no quedó conforme con la chica y se lo hizo saber, obviamente Eugenio mostró su enojo y no siguió sus consejos, cosa que hoy sin la presencia física de sus padres, se arrepiente profundamente. Desde aquel enojo, a convivir con Silvia, a la mala vida de sus hermanos, a la invitación a cometer un delito, a la traición, pasaron solamente ocho meses. Los hermanos de Silvia eran dos malandras que se dedicaban al robo de comercios y autos, tenían varias causas en la justicia y sabían todas las mañas del delito urbano. El convencimiento de su novia no tardó en llegar y una noche lluviosa en pleno barrio de Palermo, los hermanos de Silvia atracaron un supermercado, Eugenio que manejaba el auto, quedó como campana en la puerta y con la llegada de un ejército de policías, avisados por un vecino y ante la huida de los hermanos de Silvia, cayó preso. Su única llamada la utilizó con su novia, quien sólo avisó en la casa de los padres en Coronel Dorrego y nunca más supo de ella.
De la comisaría, a Tribunales y por la relación del abogado defensor, que su padre le había puesto, con la Justicia, de la Alcaldía al Penal de Villa Devoto, con cargos serios a raíz de los muertos que dejaron sus ex cuñados en el robo al supermercado y un largo período en la sombra. Fue dura la primera noche y más dura aun la bienvenida. Por plantarse a tirar golpe por golpe, le fracturaron la nariz y ensangrentado como estaba, siguió demostrando una guapeza poco común en él. Desde ese momento la ranchada del Gordo Patiusso lo recibió entre sus filas, para hacerle más llevadera la estadía en la cárcel. Pertenecer a una ranchada importante tiene sus beneficios y en este caso el Chato, como fue apodado Eugenio, por el estado en que había quedado su nariz, los hizo propios. A medida que fue pasando el tiempo, las mejoras iban llegando, hasta que el Chato Tolosa, consiguió una la celda privilegiada, con ventana al norte y vista hacia el Estadio Enrique Sexto, donde sábado por medio, hacía de local el Club Atlético General Lamadrid. Fue un cambio grande en su vida, cuando le asignaron la nueva celda con vista futbolera. Primero comenzó a seguir a Lamadrid los días de partido y a medida que se fue enamorando de los colores, comenzó a mirar día a día las prácticas y a escuchar las audiciones deportivas por radio. Conocía a los jugadores desde lejos y aprendía el nombre de sus adversarios. Se había metido plenamente en el apasionante mundo del ascenso y dentro de ese mundo su corazón era Carcelero. Vivió los vaivenes de ascensos y descensos, disfrutó de los éxitos como pocos y con dichas victorias sumó seguidores que en los momentos libres se juntaban en la celda del Chato para ver los entrenamientos, escuchar algún partido de visitante o bien solamente para hablar del amor por el Lama.
Los años dentro del penal se hicieron largos y en el exterior la vida continuaba sin la presencia de Eugenio. De Silvia y sus hermanos durante mucho tiempo no hubo noticias. Sus padres José Vladimir y Nilda fallecieron correlativamente en sólo un año. Nada quedaba en el exterior más que su amado Club. Su conducta era ejemplar y si no fuese porque un día cayó preso uno de los hermanos de Silvia, hubiese salido mucho tiempo antes. Pero esa espina clavada se la sacó mandándolo desfigurado al hospital, haciéndole pagar con sus puños tantos años perdidos. Purgó la pena completa, que tenía fecha de vencimiento y dentro de esos años disfrutó el ascenso a la “C” de la mano del Viejo Guerra y el ascenso a Primera División B en 1998 de la mano de Jorge Franzoni. Festejó dentro del penal con sus compinches, pero le quedaron siempre las ganas de estar presente en aquellas finales con Ituzaingo. Pero no pudo ser, los errores del pasado le jugaban una mala pasada, tan mala como la vuelta a Primera C en el año 2000. En realidad la categoría donde jugaba Lamadrid, era lo menos importante para el corazón azul y blanco del Chato, que se llenaba de magia cada fin de semana, con el relato o con el simple hecho de colgar en su ventana, la bandera que decía “El Chato Tolosa”.
Por ese amor, por ese tiempo perdido, por todo lo que no pudo ser en la vida de Eugenio, es que ese 30 de Abril de 2011 será inolvidable y quedará marcado para siempre en la historia de este fanático hincha de General Lamadrid. Un día antes, el 29 de Abril, era la fecha otorgada a Eugenio Vladimir Tolosa para su salida del Penal de Devoto. En momento en que el director de la cárcel le comunicó la noticia, solicitó que le permitan salir el día siguiente, luego del partido en que Lamadrid, enfrentaría a Excursionistas de visitante. Era una sensación interior, quería escucharlo por radio con sus amigos de la vida y así pudo hacerlo. Fue otra vez de la mano de Franzoni. Fue otra vez el ascenso a Primera B. Fue la radio y el festejo inolvidable abrazado a sus amigos. Fue la vista por la ventana y la bandera colgada. Fue la libertad para toda la vida. Salió con la mochila al hombro y la bandera en el cuello, caminó dos cuadras, ingresó a la cancha, pisó el césped, abrió los brazos, miró el cielo y lloró
El Chato Tolosa lloró de emoción.
Lloró de emoción por la libertad.
Lloró de emoción por sentirse Carcelero de corazón…