El delantero Martín Bravo de San Martín, quien jugó poco en este 2019 fue licenciado por el club mientras define su continuidad o no para el próximo torneo en la Primera B Nacional se hizo protagonista de una historia muy buena para contar.
Los pibes juegan en la calle Mary O'Graham, no tienen más de 10 años. Los arcos son como siempre, con ladrillos y arriba de ellos ponen los buzos para visualizarlos mejor. Es un cinco contra siete y el juego está picante.
Son las 3 de la tarde pasaditas y al club llega un auto extraño. Uno que no conocen. Los pibes paran el partido y miran de reojo. Se preguntan ¿Quien vendrá en ese auto?.
En el barrio Cabot se conocen todos, desde el pibe de las inferiores hasta el que juega en primera. La mayoría viene en bici o caminando. Por eso extraña cuando un auto llega al club.
En este 2019, el Arbolino volvió a primera división y está cumpliendo una campaña aceptable. Está cuarto y en zona de clasificación a semifinales.
Los pibes dejaron el partido y se fueron corriendo para la cancha. Del auto se baja un hombre barbudo que estos pibes no logran saber de quien se trata. Hugo. Que es el más inquieto de los pibes, se acercó hasta uno de los jugadores de primera y le preguntó ¿Quien es?
La respuesta fue simple: Martín Bravo. Hugo abrió los ojos grandes no por la sorpresa, si no porque no tenía ni idea de quien era.
El partido ya había quedado frustrado para los 12 niños. De hecho, todos decidieron buscar la tribuna y sentarse a esperar.
Desde la misma boca del túnel el primero en aparecer fue el profesor Emanuel Ocampo y casi pegadito apareció el Barbudo con el Bicho. En el barrio Cabot, los nombres no existen, todos se manejan por el apodo. Los que salían al seco campo de juego del Cabot eran Martín Bravo, jugador profesional del plantel de San Martín y que por estos días goza de sus vacaciones y se encuentra a la espera de resolver su situación contractual con el club Verdinegro para la próxima temporada.
En la mitad de la cancha, esperan que el resto del plantel se sume para empezar la práctica. Los pibes en la tribuna parecen no entender lo que pasa.
A las 15.35 todo el plantel saludó a Martín y lo que parece será una charla termina siendo el comienzo del entrenamiento. Los jugadores saben que están ante un futbolista que viene de otro roce y hasta miran con asombro como encabeza el grupo en el trote iniciado. Se le acercan algunos y le intentan sacar sobre su futuro, sobre San Martín y hasta porque está corriendo en el duro piso del Cabot. Lejos de mostrarse tosco y poco adecuado a la situación, Martín habla con todos.
Las exigencias con los ejercicios comienzan y el primero en hacerlo es Martín. Demuestra que está en gran nivel físico y a medida que los va haciendo les habla a los chicos del plantel, les explica y los guía.
La cara de felicidad del Bicho Escudero, el técnico de la primera división, es tan grande que se lo ve ancho en sus ropas pese a su delgadez.
Los trabajos físicos van terminando y la práctica de fútbol se acerca. El chaleco verde se reparte entre los titulares y uno lo liga Martín Bravo. Fueron solamente 20 minutos, los que él pidió, pero fueron como un partido de 90 minutos en los cuales terminaron ganando por goleada. Manejaba el juego. Hablaba y daba indicaciones y hasta hizo un par de goles.
Completada su rutina realizó el proceso de elongación y en ese momento se terminó la práctica.
Mientras todo imitaban a Martín. Se fueron acercando los pibes que estaban en la tribuna y todos prestaban atención a la alocución del futbolista que anduvo por México durante casi 10 años. Sus anécdotas, sus experiencias pero sobre todo sus consejos eran muy bien recibidos. No volaba una mosca y todo era silencio. Luego de 15 minutos Martín Bravo lograba terminar su discurso y mientras se disponía a salir alguien lo molesto por una foto. Y fueron cientos. No se negó a ninguna y hasta se animó a pelotear un poco con los pibes que miraban desde afuera.
Cuando se acercaba al auto, el grito de "Martín" lo hizo dar vuelta. El Bicho Escudero lo invitaba para tomar el Yerbiado con menta y una semita. Lejos de negarse hizo frente a la situación. Se sentó en la tribuna y con varios jóvenes a su lado, el delantero seguía dando consejos.
La salida de Martín Bravo del estadio arbolino fue acompañado por el mismo grupo de pibes que lo vieron ingresar. Lo saludaban como si fuera un ídolo, mientras el devolvía con una sonrisa.
No fue un día mas para la vida de Árbol Verde, fue especial. Pero no quedó en eso porque después vinieron días para mantener el mismo ritmo para el jugador profesional, al que poco le importó el estado del campo de juego, de todo lo mal que hablaban del lugar y solo pensó en la amistad que empezó a nacer con el Bicho Escudero. Y quizás no es casualidad que la humildad se roce con la humildad. El Bicho, el técnico que se levanta todos los días a las 5.00 de la mañana para trabajar en la feria con su movilidad, trae todos los días la verdura al almacén de Gisell, la cuñada de Martín. Allí fue el primer encuentro, el lugar que le dio inicio a una historia en la que sobra la humildad de un profesional del fútbol y al que no se le cae nada por volver al barrio Cabot.