Argentino se puso en ventaja por duplicado, pero El Deportivo se lo empató las dos veces. Y la última de forma agónica.
Los dos vestuarios, local y visitante, están en silencio. No hay música, no hay gritos, no hay festejo. Es una situación rara y se nota como tal en el ambiente. Ni Deportivo Merlo se siente conforme con igualar en su cancha ante su clásico rival, ni Argentino está contento con haber perdido esos dos puntos cuando el partido parecía quedarse sin tiempo. Los dos planteles salen, de a poco y sin regalar sonrisas, para retirarse bajo una lluvia que tuvo la consideración de esperar a que terminara el partido para descargar toda su furia en el partido de Merlo.
Una noche soñada para ver un clásico en la cancha. La humedad espantó el frío y prometió mojar y agregar más épica —porque sería inútil negar que el gol de Aguerre, bajo la lluvia, habría sido aún más épico— a la vez que un estadio completo, a explotar, en el que no cabía ni un alma más, se movía al son de los bombos. Y de la gente.
Los cantos no cesaron nunca, ni cuando el árbitro Julián Jerez anuló el primer gol del Depo, ni cuando Enzo Zarate se elevó y convirtió el primer tanto para La Academia. El zaguero saltó más alto que todos, saltó como para cruzar la estación del tren y pasar "a su lado" de Merlo, saltó como si quisiera chocar la mano con Juan Carlos Brieva, el histórico expresidente de la institución.
Por suerte para los plateístas locales, que ya comenzaban a comerse las uñas, Rodrigo Cao empató el encuentro antes del entretiempo, y dejó suspenso suficiente para agregarle diversión a la decisiva segunda mitad. El golpe del empate le sentó mal a Argentino, que por unos minutos pareció temblar, y dejó de triangular en el mediocampo como sí lo hizo durante el resto del partido.
En el horizonte, los relámpagos esperaban amenazantes mientras las primeras gotas de lluvia caían sobre el césped. Parecían rodear el estadio, moverse en torno a él, expectante sobre para el lado que caería el primer rayo. En sentido figurado, el primer brillo fue de Lucas Delgado, y este pareció enceguecer por un segundo a Pedro Fernández para desencadenar en la segunda conversión de la visita. El remate del delantero de Argentino rebotó en la cabeza del arquero y quedó boyando en el área a merced de Diego Ursino, que le dio el empujón final.
Desde ese momento, el partido no se tuvo más rapidez. La Academia se aferró al resultado con uñas, dientes y picardía. Estiró los saques de arco, explotó la asistencia de los médicos, demoró cada reposición por lateral y llevó hasta el hartazgo al humor de los hinchas, que descargaban su odio con los rivales por la pérdida de tiempo, y con los suyos por estar debajo del marcador. Era tal el apuro que Ciro Sineiro, primer central del Depo, se lesionó y como pudo se arrastró hasta afuera de la cancha, sin poder mover su pierna izquierda. El zaguero estuvo tirado llorando durante varios minutos y fue tímidamente asistido primero por los alcanza pelotas, y luego por su propio equipo médico.
Con todo ese cóctel de emociones, es de esperar la reacción del estadio cuando Aguerre —nuevamente él fue el encargado de levantar al público cuando parecía todo dado para los chiflidos e insúltos contra los locales— empujó la pelota que cabeceó en el primer palo Zeineddin. Hasta Alan Jiménez, que jugó los últimos 10 minutos en una pierna por un calambre, corrió a abrazarlo.
Volvemos a los vestuarios. De la explosión total hace 5 minutos, al silencio abrupto en los interiores del Moreno. Nestor Ferraresi, DT de Argentino, declarará unos momentos después que "lamenta haber perdido el partido en esa última jugada" y que deberán mejorar la defensa porque les hicieron "los dos goles de pelota parada". Se retirará con un semblante serio, solo unos minutos antes que Facundo Aguerre.
El lateral también dirá que "los clásicos no hay que perderlos" y que sintió que "fuimos un poco más". Por lo que no se va contento con el empate, pero que "los puntos de a uno suman para final de año".
